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1 may 2013

¿Qué es el mindfullness?


Según Vallejo (2006), “mindfulness es un término que no tiene una palabra correspondiente en castellano. Puede entenderse como atención y conciencia plena, presencia atenta y reflexiva. Los términos atención, conciencia y referencia al momento concreto están incluidos de lleno en su significado. Viene a plantear, por tanto, un empeño en centrarse en el momento presente de forma activa y reflexiva. Una opción por vivir lo que acontece en el momento actual, el aquí y el ahora, frente al vivir en la irrealidad, el soñar despierto”.
Una excelente definición es la que realiza Simón (2007), indicando que es “algo muy simple y familiar, algo que todos nosotros hemos experimentado en numerosas ocasiones de nuestra vida cotidiana. Cuando somos conscientes de lo que estamos haciendo, pensando o sintiendo, estamos practicando mindfulness. Lo que sucede es que habitualmente nuestra mente se encuentra vagando sin orientación alguna, saltando de unas imágenes a otras, de unos a otros pensamientos. Mindfulness es una capacidad humana universal y básica, que consiste en la posibilidad de ser conscientes de los contenidos de la mente momento a momento. Es la práctica de la autoconciencia”.

Aunque estas definiciones puede parecer que nos enseñan qué es el mindfulness, sólo nos permiten hacernos una vaga idea teórica puesto que la práctica es la clave para comprenderlo, para poder ser consciente del momento presente, de la propia experiencia y sentir un estado de calma no reactiva, es preciso dedicarle tiempo, energía, determinación, firmeza y disciplina. Al practicarlo se aprende a centrar nuestra atención donde queramos, evitando que sensaciones, preocupaciones, pensamientos, etc., nos aparten del presente. Cualquiera que haya practicado algún tipo de meditación, yoga, tai chi, etc., conoce esas sensaciones y lo que le costó llegar a sentirlas, llegar a centrarse sólo en el presente.
En esencia, el mindfulness es considerado como un fin en sí mismo, supondría una forma de vivir, practicando en nuestras actividades habituales el ser conscientes de lo que estamos haciendo, como dice Hanh (2007), “mientras lavas los platos debes lavarlos simplemente, lo cual significa que mientras lo haces eres totalmente consciente de ello [...] En esos momentos estoy siendo totalmente yo mismo, siguiendo mi respiración, siendo consciente de mi presencia, pensamientos y acciones”. Consiguiendo de esa manera un estado de “plena atención” que impide que nuestra mente divague, de un lado a otro, dejándose llevar por la multitud de pensamientos que la asaltan constantemente.
Practicar mindfulness nos permitirá, entre otras cosas, llegar a aceptar las cosas como son, algo esencial en algunas terapias de tercera generación, como la Terapia de Aceptación y Compromiso. No obstante, Kabat-Zinn (2007) nos aclara que “la aceptación no tiene nada que ver con la resignación. La aceptación de las cosas tal como son, muy al contrario, requiere una fortaleza y una motivación extraordinarias -especialmente en el caso de que no nos gusten- y una disposición a trabajar sabia y eficazmente como mejor podamos con las circunstancias en las que nos encontremos y con los recursos, tanto internos como externos, de que dispongamos para mitigar, curar, reorientar y cambiar las cosas que podamos cambiar”.
Siguiendo a Lavilla, Molina y López (2008), a continuación relaciono esquemáticamente los beneficios que puede obtener cualquier persona, las dolencias a las que puede aplicarse, los beneficios de su aplicación a problemas de salud y los trastornos psicológicos donde pueden aplicarse las terapias que incorporan mindfulness.
Algunos de los beneficios que puede obtener cualquier persona:
  • Reducir distracciones o aumentar la concentración.
  • Reducir automatismos.
  • Minimizar los efectos negativos de la ansiedad.
  • Aceptar la realidad tal y como es.
  • Disfrutar del momento presente.
  • Potenciar nuestra autoconciencia.
  • Reducir el sufrimiento.
  • Evitar o reducir la impulsividad.
Algunas de las dolencias a las que puede aplicarse:
  • Estrés (asociado a alguna enfermedad).
  • Dolor crónico (especialmente en fibromialgia y cáncer).
  • Dolor agudo.
  • Enfermedades cardiovasculares.
  • Hipertensión.
  • Cefaleas.
  • Fatiga crónica.
  • Problemas de la piel.
  • Alteraciones del sueño.
Beneficios del mindfulness aplicado a problemas de salud:
  • Físicos:
    • Aprender a respirar mejor.
    • Aprender a relajar cuerpo y mente.
    • Aumentar la flexibilidad corporal.
    • Regular la presión arterial.
    • Influir en el sistema inmunitario: atenuación de la secreción de la hormona cortisol (efecto inmunodepresor) como respuesta al estrés.
    • Mejorar la calidad del sueño.
    • Mejorar los hábitos alimentarios.
    • Recargar energías del propio cuerpo.
    • Reducir el malestar psicológico (ansiedad, depresión, hostilidad, somatización).
  • Globales:
    • Desarrollar una actitud de responsabilidad en el cuidado de la propia salud.
    • Ver el dolor de otra manera.
    • Disminuir las visitas médicas no programadas.
    • Disminuir el abuso de medicación.
    • Ayudar a marcarse metas más realistas.
    • No sumar más sufrimiento añadiéndole rabia u otras emociones al malestar.
    • Aceptar la realidad tal y como es.
    • Centrar la atención en otras cosas que también están sucediendo mientras tanto.
    • Fortalecerse ante la adversidad.
    • Ser más sabio.
    • Desarrollar la espiritualidad.
Actualmente los trastornos psicológicos donde puede aplicarse las terapias que incorporan el mindfulness son los siguientes:
  • Trastornos de ansiedad.
  • Trastornos del estado de ánimo.
  • Trastorno límite de personalidad.
  • Trastornos adictivos (drogas y alcohol).
  • Trastornos de la alimentación.
  • Trastornos psicóticos.
Si bien hay que tener en cuenta que “la meditación no debe ser considerada como un tratamiento psicológico o psicoterapia en sí” (Vallejo, 2007), aunque sí puede formar parte de un tratamiento psicológico contribuyendo a mejorar su efectividad. Por ejemplo, según Vallejo (2007), el mindfulness es reconocido como un componente relevante de las tres terapias de tercera generación siguientes: la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de conducta dialéctica y la terapia cognitiva basada en el mindfulness para el tratamiento de la depresión. Una evidencia a favor de esto es un estudio de Ostafin y cols. (2006), en el que se examinaron los efectos de la meditación mindfulness sobre los síntomas psicológicos de 53 participantes y se verificó que la reducción del estrés informada no dependía de la meditación mindfulness practicada.
En una entrevista que Berdullas (2007) realizó a la Dra. Mónica Rodríguez Zafra, se pone de manifiesto que todas las técnicas, escuelas, sistemas filosóficos, etc. que utilizan la meditación como herramienta “tienen en común el aprendizaje, el entrenamiento y el control de los procesos atencionales con el objetivo de mejorar la salud, el bienestar mental, emocional y espiritual de la persona y sus capacidades, en general”.
Dicho entrenamiento se produce en dos niveles:
  1. Experiencia directa de los factores distractores de la atención, lo que permite tomar conciencia de los procesos psicológicos que mantienen determinados círculos de pensamiento y pautas de comportamiento repetitivas e insanas.
  2. Desarrollo de determinados procesos corporales, emocionales, cognitivos y espirituales beneficiosos que tienen lugar cuando se aprende a controlar la atención. Estos procesos permiten, nuevamente, tomar conciencia de lo que ocurre y permiten encontrar el significado psicológico que tienen tanto en el momento psicológico presente del individuo como dentro del proceso de crecimiento personal en el que la persona se encuentre en ese momento concreto.
Según la Dra. Mónica Rodríguez, “aunque hay áreas en las que los resultados de las investigaciones son contradictorios, tomados en su conjunto puede decirse que hay un patrón psicobiológico que acompaña al estado de meditación que se caracteriza, desde el punto de vista fenomenológico, como un estado de alerta relajada y, desde el punto de vista biológico, por una disminución en la actividad del sistema nervioso periférico (común a las técnicas de autocontrol, como la relajación), una actividad sostenida del sistema nervioso central (específica de la meditación), el mantenimiento de la atención y una serie de cambios electroencefalográficos específicos integrados en la vigilia y el sueño. Estos efectos son centrales (la meditación no es una actividad que afecte únicamente a la actividad del sistema nervioso autónomo) y no se explican sólo desde una menor actividad o una inhibición general del sistema nervioso”.
Sobre este tema, Mario Araña, en la lista de distribución electrónica “Salud Mental (SALMENT)”, alojada en la Red Iris, comentaba un reciente artículo de Luders y cols. (2009), resumiéndolo como sigue:
Correlación anatómica de la meditación a largo plazo: mayor volumen de materia gris, en hipocampo y lóbulo frontal
“Se ha estudiado la relación meditación – mejoras psicológicas y fisiológicas en el bienestar. La práctica de la meditación ha demostrado mejoras, no solo a nivel de funcionamiento cognitivo, sino también a nivel de actividad cerebral.  Sin embargo, conocemos poco acerca de su relación con las estructuras cerebrales. Nos propusimos estudiar los correlatos anatómicos de la meditación.
Resultados:
  • Se detectan mayores volúmenes de materia gris en los meditadores,  en la corteza orbito frontal (así como en el tálamo derecho y su circunvolución temporal inferior izquierda).
  • Además, los meditadores mostraron significativamente mayores volúmenes de funcionamiento en el hipocampo derecho.
  • El control emocional se ve facilitado.
  • Estos hallazgos, son independientes, del tipo de meditación que se emplee.
Por lo tanto, variaciones en estas regiones podrían explicar las singulares habilidades y hábitos para cultivar emociones positivas, mantener la estabilidad emocional, y participar en el comportamiento consciente, que muestran los meditadores. Además, sugieren que estas alteraciones regionales en las estructuras cerebrales constituyen parte de las  correlaciones neurológicas, siendo, independientes del estilo y practica concreta de cada tipo de meditación. Futuros análisis longitudinales son necesarios para establecer la presencia y la dirección de una relación de causalidad entre la práctica de meditación y la anatomía del cerebro.”
Podemos concluir, citando a Prieto (2007), “que suele haber un antes y un después entre aquellos psicólogos y psicólogas que se sientan a meditar y descubren o rechazan unas órbitas sorprendentes en la psique humana”, aunque eso mismo puede generalizarse a cualquier persona que se decida a practicar la meditación, en cualquiera de sus vertientes, siempre que dicha práctica se realice correctamente y con constancia, no puede pretenderse sufrir ese cambio en una sola sesión de meditación, sobre todo teniendo en cuenta que los cambios, según hemos podido ver, no son sólo emocionales y cognitivos, sino también en las estructuras cerebrales.

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